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Mirada

Algunos dirán que te miro como idiota. Otros, que te miro enajenada. Tal vez digan que mi mirada empieza donde termina la tuya. O pueden decir, incluso, que tu beldad enceguece a estas pupilas. Pero, ¿sabe el extraño de lo que manda en mis vísceras? Dime, susurra las palabras mientras beso tu mejilla. Hazme saber que me perteneces en tu inmensa libertad. Mi mirada, esa de la que pueden hablar, solo existe por este impetuoso amor hacia ti.
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Amor de poetas

Cuando nos abrimos, de par en par, la belleza delante nuestro hizo brillar nuestras pupilas como si fuese su última oportunidad; sentimos tibio nuestro iris y dejamos tornar algo rojizo a nuestro cristalino; las lágrimas inundaron nuestros pasillos y salieron al encuentro del rostro. Conscientes del probable dolor que ocasionaría su partida, nos empañamos muy despacio. Inevitable era dejar de poseer tan palpable expresión de estupefacción. La increíble suavidad de lo que tocábamos nos estremecía, hacía cálidas nuestras palmas y la ansiedad nos superaba. Las nuevas superficies agradecían con pequeñas descargas eléctricas nuestra manera de acariciarles. Fue lento, encantador. Nada podíamos hacer respecto a lo que tomaba lugar en esos instantes, la inseguridad nos acorralaba y el temor al error nos paralizaba. Yo estaba lleno de cuestiones. Todos me gritaban explicaciones que no comprendía. Por primera vez en toda mi capacidad de conocer y dar órdenes, me convertí en un simple bulto a

Día 270

Hoy he vuelto a llorar por ti. Pero mis lágrimas ya no se tiñen de sangre. Hoy he vuelto a doler en carne expuesta. Pero mis vísceras ya no quieren aferrarse a tu recuerdo. Hoy he sentido de nuevo tu marcada ausencia. Pero las estrellas ya no me susurran tu aroma. Hoy he contemplado el vacío poniéndole tu nombre. Pero la gratitud ya no hierve en medio de este desastre en el que me he convertido. Hoy he pensado en tus besos pasados. Pero mi piel ya no se estremece con tu fantasma. Hoy, por poco, he vuelto a ti. Pero parece que mi destino final no eras tú.

Déjame morir

Así de sencillo. Así de obsoleto y vacío. Así con puñalada. Así torrente. Así directo a la esperanza. Así en desesperación. Así con tus palabras. Así con tus manos. ¿Por qué si me matas, no me dejas morir?

Te extraño

En esta inmensa soledad, abarrotada de bullicio y gentío, me pierdo sin saber quién soy y sabiéndonos lejos cual escape. En esta parca obscuridad me sabe la boca a tu mirada mientras nos veo reír en el evaporado sueño que desgarra mis palmas a él tan aferradas. Este raciocinio no se halla ni se reconoce por tanto dolor en el pecho, la debilidad me recorre de piernas hacia arriba y voy visualizando lo felices que en el ayer fuimos. Encuentro mi cuerpo mojado en recuerdos esperando tu llegada, esa que parece más lejana y seca que la sed de mi corazón. Suplico que el perdón me llegue de los cielos, suplico en vano y en alta voz.