Cuando nos abrimos, de par en par, la belleza delante nuestro hizo brillar nuestras pupilas como si fuese su última oportunidad; sentimos tibio nuestro iris y dejamos tornar algo rojizo a nuestro cristalino; las lágrimas inundaron nuestros pasillos y salieron al encuentro del rostro. Conscientes del probable dolor que ocasionaría su partida, nos empañamos muy despacio. Inevitable era dejar de poseer tan palpable expresión de estupefacción.
La increíble suavidad de lo que tocábamos nos estremecía, hacía cálidas nuestras palmas y la ansiedad nos superaba. Las nuevas superficies agradecían con pequeñas descargas eléctricas nuestra manera de acariciarles. Fue lento, encantador. Nada podíamos hacer respecto a lo que tomaba lugar en esos instantes, la inseguridad nos acorralaba y el temor al error nos paralizaba.
Yo estaba lleno de cuestiones. Todos me gritaban explicaciones que no comprendía. Por primera vez en toda mi capacidad de conocer y dar órdenes, me convertí en un simple bulto anonadado como todos los demás. Dejé de ser el que razona. Lo que se presentaba allí me llevaba a lugares extraños que no existían dentro mío. La incoherencia parecía ser parte de su plan que, a decir verdad, no funcionaba nada mal.
Cada una de mis ramificaciones enviaba mil interpretaciones al jefe, todos nos concentrábamos en las imágenes y sonidos que llegaban desde el exterior, estábamos alterados y desubicados. Jamás habíamos actuado de manera semejante. La confusión que se apoderaba de nuestros mandatos se aseguró de que estuviéramos enterados de su brutal dominio sobre nosotros.
¿Qué puedo decir yo? No supe cuándo comencé a acelerar mis recorridos, viajaba rápidamente por cada cavidad mientras aumentaba la temperatura a mi paso. Los veía a todos actuar como locos y yo estaba desquiciada también. Fue un desborde sensacional de adrenalina que yo recogía en más y más cantidades. No quisiera decir que fue un caos, así que no lo diré.
Nosotros temblábamos con un cierto toque diferente de lo que hubiéramos considerado normal. Esa sensación ajena parecía tener inteligencia propia, fue muy extraño, asombroso e inolvidable. Su recuerdo quedó plasmado en estos calcios, su sabor insípido y el aroma a temor tallaron unas cuantas memorias. No seremos los únicos en tener marcas, podemos asegurar que todos estuvimos perdidos en la dicha y la inocencia nos invita a abrazar lo desconocido.
Quedé paralizado, seguí funcionando, no me atreví a nada, cada cosa estaba fuera de lugar, nadie apuntaba a resolver los por qués. Solo pasó. Para mí, fue abrumador. Todos disfrutaban, excepto yo. Fui el único capaz de ver que en ese momento era solo un simple corazón que, como pocos otros, trataba de lidiar con la inesperada llegada de su gran amor.
La increíble suavidad de lo que tocábamos nos estremecía, hacía cálidas nuestras palmas y la ansiedad nos superaba. Las nuevas superficies agradecían con pequeñas descargas eléctricas nuestra manera de acariciarles. Fue lento, encantador. Nada podíamos hacer respecto a lo que tomaba lugar en esos instantes, la inseguridad nos acorralaba y el temor al error nos paralizaba.
Yo estaba lleno de cuestiones. Todos me gritaban explicaciones que no comprendía. Por primera vez en toda mi capacidad de conocer y dar órdenes, me convertí en un simple bulto anonadado como todos los demás. Dejé de ser el que razona. Lo que se presentaba allí me llevaba a lugares extraños que no existían dentro mío. La incoherencia parecía ser parte de su plan que, a decir verdad, no funcionaba nada mal.
Cada una de mis ramificaciones enviaba mil interpretaciones al jefe, todos nos concentrábamos en las imágenes y sonidos que llegaban desde el exterior, estábamos alterados y desubicados. Jamás habíamos actuado de manera semejante. La confusión que se apoderaba de nuestros mandatos se aseguró de que estuviéramos enterados de su brutal dominio sobre nosotros.
¿Qué puedo decir yo? No supe cuándo comencé a acelerar mis recorridos, viajaba rápidamente por cada cavidad mientras aumentaba la temperatura a mi paso. Los veía a todos actuar como locos y yo estaba desquiciada también. Fue un desborde sensacional de adrenalina que yo recogía en más y más cantidades. No quisiera decir que fue un caos, así que no lo diré.
Nosotros temblábamos con un cierto toque diferente de lo que hubiéramos considerado normal. Esa sensación ajena parecía tener inteligencia propia, fue muy extraño, asombroso e inolvidable. Su recuerdo quedó plasmado en estos calcios, su sabor insípido y el aroma a temor tallaron unas cuantas memorias. No seremos los únicos en tener marcas, podemos asegurar que todos estuvimos perdidos en la dicha y la inocencia nos invita a abrazar lo desconocido.
Quedé paralizado, seguí funcionando, no me atreví a nada, cada cosa estaba fuera de lugar, nadie apuntaba a resolver los por qués. Solo pasó. Para mí, fue abrumador. Todos disfrutaban, excepto yo. Fui el único capaz de ver que en ese momento era solo un simple corazón que, como pocos otros, trataba de lidiar con la inesperada llegada de su gran amor.
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