Ir al contenido principal

Amor de poetas

Cuando nos abrimos, de par en par, la belleza delante nuestro hizo brillar nuestras pupilas como si fuese su última oportunidad; sentimos tibio nuestro iris y dejamos tornar algo rojizo a nuestro cristalino; las lágrimas inundaron nuestros pasillos y salieron al encuentro del rostro. Conscientes del probable dolor que ocasionaría su partida, nos empañamos muy despacio. Inevitable era dejar de poseer tan palpable expresión de estupefacción.

La increíble suavidad de lo que tocábamos nos estremecía, hacía cálidas nuestras palmas y la ansiedad nos superaba. Las nuevas superficies agradecían con pequeñas descargas eléctricas nuestra manera de acariciarles. Fue lento, encantador. Nada podíamos hacer respecto a lo que tomaba lugar en esos instantes, la inseguridad nos acorralaba y el temor al error nos paralizaba.

Yo estaba lleno de cuestiones. Todos me gritaban explicaciones que no comprendía. Por primera vez en toda mi capacidad de conocer y dar órdenes, me convertí en un simple bulto anonadado como todos los demás. Dejé de ser el que razona. Lo que se presentaba allí me llevaba a lugares extraños que no existían dentro mío. La incoherencia parecía ser parte de su plan que, a decir verdad, no funcionaba nada mal.

Cada una de mis ramificaciones enviaba mil interpretaciones al jefe, todos nos concentrábamos en las imágenes y sonidos que llegaban desde el exterior, estábamos alterados y desubicados. Jamás habíamos actuado de manera semejante. La confusión que se apoderaba de nuestros mandatos se aseguró de que estuviéramos enterados de su brutal dominio sobre nosotros.

¿Qué puedo decir yo? No supe cuándo comencé a acelerar mis recorridos, viajaba rápidamente por cada cavidad mientras aumentaba la temperatura a mi paso. Los veía a todos actuar como locos y yo estaba desquiciada también. Fue un desborde sensacional de adrenalina que yo recogía en más y más cantidades. No quisiera decir que fue un caos, así que no lo diré.

Nosotros temblábamos con un cierto toque diferente de lo que hubiéramos considerado normal. Esa sensación ajena parecía tener inteligencia propia, fue muy extraño, asombroso e inolvidable. Su recuerdo quedó plasmado en estos calcios, su sabor insípido y el aroma a temor tallaron unas cuantas memorias. No seremos los únicos en tener marcas, podemos asegurar que todos estuvimos perdidos en la dicha y la inocencia nos invita a abrazar lo desconocido.

Quedé paralizado, seguí funcionando, no me atreví a nada, cada cosa estaba fuera de lugar, nadie apuntaba a resolver los por qués. Solo pasó. Para mí, fue abrumador. Todos disfrutaban, excepto yo. Fui el único capaz de ver que en ese momento era solo un simple corazón que, como pocos otros, trataba de lidiar con la inesperada llegada de su gran amor.

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Enciendo el latido?

Una enorme lluvia de emociones se apodera del interior en el que respiro. La causa lleva nombre, lleva rostro, lleva un amparo especial. Brota mi exaltación como látigo en castigo. No tengo tiempo, lo sé; se me ha escapado tal personaje pero siento que no puedo respirar como antes. Ver sus ojos y sentir un impulso. Sentirle cerca y escuchar su respiración. Poder rozar su mejilla con cariño. Nada podría sentirse  mejor que eso, hasta que llega la vena punzante del titubeo y el temor. Aconsejo a mi boca que no esboce sonrisa alguna; pido a mi mente que deje los recuerdos esparcidos por mi habitación; enciendo el latido de un corazón que se desespera; observo un vaho incoherente a través de mi ventana; sostengo en temblor papel y lápiz; la luz no ayuda, el sentimiento apremia, la razón me invade y el calor comienza a entrar en mí. Tuve un instante que pude haberlo hecho durar pero, en vez de ello, lo hice desvanecerse de la culpa. Me pesan los pensamientos y tengo podrido el sen

Del bosque una tortura como profecía

¡Pero es que para el viento aquél roble no era testigo! Sus órdenes estaban siendo desacatadas, su autoridad parecía perderse en la nada. ¿Era esa la decisión de su entorno? Pues que mala decisión. Entre el fuego que se posaba sobre unas cuantas ramas caídas y el olor a decepción que emanaba de los allí presentes, todo parecía encubrir la verdad de aquella mañana tan fría. Había un triste concierto protagonizado por las hojas que flotaban confiadas del viento. Voces irreconocibles pronunciaban el deseo de fusión de miles de entendimientos. Pudo haberse dicho, inclusive, que la saturación de carne seca de la naturaleza era más prepotente que la razón en su apogeo. Era hora de la tormenta sostenida por crueles ambiciones de llegar a tierra. Melodías sin origen hacían presencia, visiones de personificación bajo agua aclamaban por un rayo de luna, y el niño durmiente, bello niño sin sueño, yacía aparentemente inerte en su cuna de madera lijada. La ceremonia del Tiempo se perdió entre

Hubo una vez...

En que los pantanos estaban en tu corazón y las lagunas que te ahogaban estaban en las almas. -Hay un fuego, llamas que queman; no sé de dónde vienen ni el por qué me llegan. -Cometiste errores. -Pero hice maravillas. -No trates de parecer inocente, tú y yo sabemos que no lo eres. -No me mires. -No lo hacía. -¿Me quieres? -Debería irme. -¿Me quieres? -¿Cuál es el punto? -Sabes que no fue mi culpa. -Yo no sé nada. -Háblame. -No tengo nada para decir. -Cuéntame entonces qué sientes. -Te siento a ti. -Estoy en ti. -No lo digas. -Oblígame. -Esto es inútil, lo sabes. -Jamás dejas que hable. -Tuviste muchas oportunidades y nunca escuché tus frases. -Quería que las escucharas, pero estoy hablando ahora. -¿De qué sirve el tiempo del pasado en el presente? -No lo sé. -Yo sí; de nada. -¿Me quieres? -No. -Mientes. -No. -Tienes razón, deberías irte. -…te amo.