Así se despertaba cada mañana, pensando en cómo pudo haber sido su vida si se hubiera atrevido a hablarle a aquella mujer de cabellos lisos y perfumados con el olor del tráfico y la madrugada; aquella mujer de semblante fresco que veía andando desairada con su bufanda verde. Él se sentaba en la cafetería del frente para verla salir del edificio en el que cada tanto revisaba la electricidad de tan desordenados inquilinos.
Hacía 4 meses que la había notado mientras él intentaba buscar el problema de las lámparas de la recepción, ella subió las escaleras dejando su rastro de agotamiento cual día exhausto. Fue por costumbre que giró su cabeza casi desapercibido cuando, inevitablemente, un desgarre en su pecho le quitó de lleno el aliento.
Sin certeza de poder verla se levanta temprano, lava sus oscuros cabellos y viste su mejor traje desgastado de trabajador eléctrico; cuida muy bien de haberse afeitado, pulcramente calza sus botas mostaza, se baña en colonia y como siempre, ella nota solo a un electricista tratando de ganarse su pedazo de salario escudriñando el tejado, manchando paredes, desordenando el pasillo y estorbando con su enorme escalera. Él sabe que ella solo ve su uniforme como un fantasma de soluciones a la ducha caliente de su baño o quizá ni sepa que es por su trabajo que tiene agua caliente. ¿Se bañará con agua caliente?
Este hombre joven y buen mozo ha dejado de ir a misa, no cree en esos engaños, maldice a María por madre casta y a José por atrapa cunas, mientras reza a Dios para que la mujer del edificio vea algo más que un pobre trabajador que quita el cable de la tv intentado llamar su atención.
Marco se llama y no sabe cómo hacer para seguir asistiendo a los escasos encuentros con su muza inspiradora que desaparece detrás de la puerta tatuada por los números 316. Se ha desvelado más de una noche queriendo soñar con sus labios, siente que la necesita y divaga el motivo, se pregunta cuándo le hablara. ¿En verdad le hablará?
Sus amigos le llaman artista, pinta imágenes, su nueva colección se llama Rostro de Ángel, por ella, para ella; le encanta el final oscuro que después de once meses le dio a su creación: un abstracto de mármol negro, con figuras doradas que representan sus cabellos y líneas blancuzcas que representan el llanto de Marco.
No era más que otra mañana gris y desolada para Ilenia, no tenía nada diferente para ponerse que esa vieja bufanda verde, odiaba las mañanas soleadas porque le daban nostalgia, quizá rabia, no sabía con exactitud lo que la hacía sentir ver el sol; estaba distraída, ella esperaba algo sin saber qué, pero lo esperaba.
Para ella todo era una rutina, una cuestión de acostumbrarse a consumir sus días en las lejanías de su estrecho apartamento sin que nadie pudiese encontrarla, cero familia, cero amigos, cero lástima.
Quería que fuese rápido, sin dolor ni sufrimiento, pero no quería adelantar los hechos por sí misma; doscientos treinta y cinco mensajes de voz en la contestadora aunque ninguno de la muerte.
Estaba aburrida de su monotonía, pero no le fastidiaba; estaba cansada de tanta soledad, pero la adoraba; no quería comer más, pero lo hacía; no quería seguir pensando, pero lo necesitaba; seguía teniendo sed. Luego no hubo nada más para hacer. Se dio cuenta de lo que esperaba cuando sintió la presencia de la inexorable toma de la parca, no sintió gusto ni disgusto; sintió un dolor ajeno en el pecho, por el joven que sí había visto arreglando las lámparas del techo en la recepción.
Pero fue demasiado tarde, se vio flotando liviana sobre una lápida de mármol negro bañada en lágrimas de su madre, y alejado de rodillas otro ser lloraba también su partida, era aquél electricista que amó callada esperando a la parca que ya odiaba.
Dedicatoria a la historia de una buena amiga, Ilenia; quien después de la muerte me encontró y yo a ella.
Hacía 4 meses que la había notado mientras él intentaba buscar el problema de las lámparas de la recepción, ella subió las escaleras dejando su rastro de agotamiento cual día exhausto. Fue por costumbre que giró su cabeza casi desapercibido cuando, inevitablemente, un desgarre en su pecho le quitó de lleno el aliento.
Sin certeza de poder verla se levanta temprano, lava sus oscuros cabellos y viste su mejor traje desgastado de trabajador eléctrico; cuida muy bien de haberse afeitado, pulcramente calza sus botas mostaza, se baña en colonia y como siempre, ella nota solo a un electricista tratando de ganarse su pedazo de salario escudriñando el tejado, manchando paredes, desordenando el pasillo y estorbando con su enorme escalera. Él sabe que ella solo ve su uniforme como un fantasma de soluciones a la ducha caliente de su baño o quizá ni sepa que es por su trabajo que tiene agua caliente. ¿Se bañará con agua caliente?
Este hombre joven y buen mozo ha dejado de ir a misa, no cree en esos engaños, maldice a María por madre casta y a José por atrapa cunas, mientras reza a Dios para que la mujer del edificio vea algo más que un pobre trabajador que quita el cable de la tv intentado llamar su atención.
Marco se llama y no sabe cómo hacer para seguir asistiendo a los escasos encuentros con su muza inspiradora que desaparece detrás de la puerta tatuada por los números 316. Se ha desvelado más de una noche queriendo soñar con sus labios, siente que la necesita y divaga el motivo, se pregunta cuándo le hablara. ¿En verdad le hablará?
Sus amigos le llaman artista, pinta imágenes, su nueva colección se llama Rostro de Ángel, por ella, para ella; le encanta el final oscuro que después de once meses le dio a su creación: un abstracto de mármol negro, con figuras doradas que representan sus cabellos y líneas blancuzcas que representan el llanto de Marco.
No era más que otra mañana gris y desolada para Ilenia, no tenía nada diferente para ponerse que esa vieja bufanda verde, odiaba las mañanas soleadas porque le daban nostalgia, quizá rabia, no sabía con exactitud lo que la hacía sentir ver el sol; estaba distraída, ella esperaba algo sin saber qué, pero lo esperaba.
Para ella todo era una rutina, una cuestión de acostumbrarse a consumir sus días en las lejanías de su estrecho apartamento sin que nadie pudiese encontrarla, cero familia, cero amigos, cero lástima.
Quería que fuese rápido, sin dolor ni sufrimiento, pero no quería adelantar los hechos por sí misma; doscientos treinta y cinco mensajes de voz en la contestadora aunque ninguno de la muerte.
Estaba aburrida de su monotonía, pero no le fastidiaba; estaba cansada de tanta soledad, pero la adoraba; no quería comer más, pero lo hacía; no quería seguir pensando, pero lo necesitaba; seguía teniendo sed. Luego no hubo nada más para hacer. Se dio cuenta de lo que esperaba cuando sintió la presencia de la inexorable toma de la parca, no sintió gusto ni disgusto; sintió un dolor ajeno en el pecho, por el joven que sí había visto arreglando las lámparas del techo en la recepción.
Pero fue demasiado tarde, se vio flotando liviana sobre una lápida de mármol negro bañada en lágrimas de su madre, y alejado de rodillas otro ser lloraba también su partida, era aquél electricista que amó callada esperando a la parca que ya odiaba.
Dedicatoria a la historia de una buena amiga, Ilenia; quien después de la muerte me encontró y yo a ella.
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