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Emanando de testigos

Las nefastas llamas que cubrían su cuerpo fueron desplazándose ágiles entre la maleza que cubría el césped, no hubo opción diferente a la de ver cómo se apoderaba el fuego salvaje de cada árbol de la reserva. Quienes estaban cerca tuvieron la oportunidad de contemplar el incendio forestal que se abría paso entre el antes campamento, ahora cenizas de ropas y personas.
La crueldad con que consumió cada hoja llegó a ser admirable en un tono de arte.
No hubo sobrevivientes además de dos almas ancladas al sufrimiento terrenal, por ellas me enteré del asunto.
La luz de la luna contrastaba con la hambrienta luz de las llamas desesperadas, ni siquiera hubo gritos; pareció como si la energía del cuerpo incendiado hubiera sido más protagonista que el mismo ardor asesino.
Contaron las almas que fue como un soplo sin vida pero con algo más que fuerza, el tiempo fue diminuto y eterno cuando ese día quedó marcado como un látigo de desamor en el pecho.
La tristeza no pudo aparecer, el pésame no se dignó a venir, no hubo despedida, ni soledad, ni llanto, ni fastidio en el funeral del extenso verde; la presencia del viento arrojó unos cuantos lirios secos a su “tumba”.
La confusión se vio reflejada en el aura devastada de la negra sombra que vistió lo que antes fue un refugio de animales salvajes.
Pasaron más soplos, y con ellos las horas.
Así fue olvidada la energía de esa pequeña porción de naturaleza, un acto indigno de ser mencionado, pero que por orgullo y honor a la pacha mama, el evento queda enlazado.
Qué maravilla que nada deja de Ser, la esencia de todo cambia de forma y dimensión pero siempre es, Ser.

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